martes, 1 de marzo de 2011

Un eterno y grácil bucle


















No creo saber elegir entre vida y azufre. Tecleando sin gritar. Armando una muerte. El silencio entre los trastos de una casa dejada atrás. Chau a las dimensiones. Esta vez no hay amuleto, no hay ámbar, no hay dorados ni hilos de sangre, ni seres humanos: nadie pulula por aquí, sólo yo con mil bocas cosidas a mano, cada una con una única y práctica abertura que dejé así para fumar los mil cigarrillos que fumo y meterme todo adentro, bien adentro, y violarme una y otra vez el espíritu vivo. Y los nudillos que me duelen. Y el murmullo del viento que siempre estará conmigo, que es mi mantra y mi música y mi tristeza etérea y el otoño que adoro porque no me molesta y trae cafés y más cigarrillos y más silencio para llenarlo de más viento. Somos una razón en nosotros mismos, conciencia mía. Un loop de sin sentido que es el único sentido. Te acepto. Me acepto. Alejandro es Lejano Dar. Nací para volver a otro útero, más verdadero, donde éste corazón flota en un pequeño mar amniótico. Amada Buenos Aires, mi hermosa soledad respira entre otras millones de hermosas soledades, secretas, desde las que otros solitarios contemplan todo, incluyendo algún día saberse ellos también hermosos, ungidos, tan bellamente estoicos, tan cálidos, amados por las hojas secas. No creo saber elegir entre vida y azufre, pero entre verdad y vida, elegí verdad. Entonces dame sólo tu mano intangible, porque estoy bien así, estando más allá del tacto, siendo sólo un pequeño sonido a lo sordo, apenas una cajita de música que alguien cada tanto abre cuando se siente triste por no saber vivir ni morir, ni salvar ni ser salvado.