sábado, 26 de febrero de 2011

El sueño de la casa dorada

 
Buk otra vez, y… es que nadie encuentra nunca a quien busca? Toda mi mente es un insecto al que tolero porque me habla. Ansiedad. Y hay sectores de mí que se resisten a ser deformados, viste? Necesito deformarme para escribir algo, necesito escribir algo para bajar la ansiedad, necesito bajar la ansiedad para sentirme tranquilo, necesito sentirme tranquilo para poder dejar de dar pasos en falso, necesito dejar de dar pasos en falso para llegar a alguna parte. No tengo fiebre. Tu mano está caliente, no mi frente. Si sigo esperando voy a empezar a ver números en el reloj de pared que no existe. Sí, es un lindo reloj. Suizo. Y tu mamá… ah… tu mamá. Me pidió que desconectase la alarma de la casa, que desayune con ella… Y yo acepté porque pensé que quizás fuese una buena excusa para poder luego acompañarte hasta el colegio. Tu casa como un laberinto. Yo lo recorro con una sonrisa, buscando tu ropa interior usada. Las paredes doradas me dejan ciego. Las voy palpando, abusando de mi intuición. Un minotauro como una mosca obnubilada.  Sigo el aroma del café (tu hermana debe de estar preparándolo en alguna cocina rústica, en las profundidades de mi alma, drogada y en camisón) y así, ciego, puedo sentir claramente mis dedos como jeringas cargadas del antídoto para la visión de estrellas lobotomizadas, para el síndrome del sueño desnudo. Pásenme en la radio alguna vez: quiero que amplifiquen mi tristeza. Por qué, por qué necesito sentirte para sentirme? Por qué todo mi dolor es trillado? Este mundo se hizo ya tan viejo que no hay un solo corazón capaz de un sentimiento niño. Y yo no tengo la culpa. Yo solamente me senté a esperar el día, a fumar, a leerte, a enamorarme y a dejar que me tape los ojos la eternidad. No comprendo REALIDAD, no comprendo LA RAZÓN. Lo siento, pero no me arrepiento de mí. Y si tu madre no me sirve el desayuno, las musas lo harán. Y a vos, reina de los pájaros, te he guardado una lágrima milenaria para dejarla caer en la punta de tu lengua la noche en que por fin sientas la sed verdadera.