domingo, 27 de septiembre de 2009

El mal vino y la luz

Te lo dije en secreto: no tenés madre. Sentido sin sentimiento. Y lloraste y temblaste para el deleite de los cisnes que te miraban embelesados envidiando tu fragilidad. Pendeja. Las paredes chorreaban miel. Querías una demostración de poder, y tras no dejar rastro de nieve te pusiste a invocar antiguos demonios de cabello cano y ojos grises. Ojos de bebé. Me rezaste que te mienta y te dije que no te amaba. Los cisnes, ahora perplejos (todo se volvió muy dulce) se masturbaban cansinamente. Uno de los demonios, el Pederasta de Oriente, se acariciaba la barbilla, quizás rememorando una noche de niña poseída en Ciudad del Cabo, y estoy seguro de que a él también lo mecía la nostalgia, la tristeza furiosa, la mecánica de la existencia. Entonces cerraste los ojos apretando los párpados, deseando tiniebla enamorada, esfumando todo a negro reluciente, y los cisnes se volvieron chispas ridículas, y los demonios abuelos recién muertos, y yo apenas un jirón del cielo sin estrellas de tu niñez inventada con la luna temblando en Acuario. Tango sin madre. Tango eterno, lloroso, insulso. Me rezaste de nuevo, arrodillada y ciega, por una lúbrica cruz que cargar. Y sólo se abrió tu sexo cuando te dije que así te hacías bella, con esas estúpidas grietas, con la culpa sin nombre, con el mal vino, y la luz.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Mousse

Me extrañabas con las tormentas. Y allá en tu pueblo me extrañabas. Yo acostumbraba a pintarme los párpados con algún remedio para la arena que no vuela, a pensar en ángeles y chocolates, a tomarme el tren de las 11. Intentaba hacerte alguna cosquilla. Después todo se pudrió como un delirio en un loquero, es decir, se hizo fuerte. Entonces te fuiste de mí y de mis calles, y yo tuve medio sueño con una prostituta virgen que me enamoraba con mimos y sin sexo. No eras vos. Vos eras la del otro sueño, la desnudez de un único collar con lágrima de metal arrancada de mi niñez en la playa perdida. Lejana. No-vida. Apagada ya, para darle lugar a éste paño de póker desganado, a éste montón de cáscaras de manzanas prohibidas. En fin, en un rato va a pasar el tren. Y lo voy a ir a esperar, para dejarlo, nomás, que pase, y después sentarme en el puente, tranquilo, recién ahorcado, a buscar las huellas de tu felicidad.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Sangre

Oh, mismísima mierda. Vos jugá. Jugá por jugar, está ok para mí. Create una estrella a la medida de tu ego, repartí blasones celestes con tu efigie para que todos tus acólitos los cuelguen de su balcón. Jugá, prestidigitá mentiras como jazmines para maestras de primer grado, mostrales tu nada misteriosa, que todos caben en tu pulgar. Pero no juegues conmigo, porque jugás con fuego. ¿Vamos a hacer el amor levitando? Todo puede ser una gran cacería. Allá donde las cabras remontan el silencio, a una altura a la que jamás ascendiste, nace el manantial de mi sangre. La misma que ingenuamente pretendés beberte embotellada e inocua, como si yo fuese solamente un niño puro y virgen de esos que compulsivamente le sacrificás a tu diosa en el té de las cinco. ¿Y eso es toda tu belleza? Espero que tu amor contenga menos que eso. Y espero que nadie te envenene el pastel. Y que también tengas lágrimas niñas y dejes de llorar lentejuelas. Yo te espero, más no juegues conmigo tu as de trébol al vacío. Porque jugás con fuego. Es tan divertido…

Jugo de ceniza

Ayuno del fuego en mi estómago, miro un poco hacia afuera, a través mi ventana sucia, y todo se ve calmo y estúpido. Estúpidas calles, estúpido colectivo y mecanismo exacto, complejo, ingenioso, para que llegue a tiempo quien no va a ninguna parte. Es violento. Yo me quedo aquí para siempre. Bueno, los miércoles voy al psicoloco. Y vendrá un amigo alguna que otra tarde, e intentará podar las enredaderas. No mencionará nada acerca de lo sucio que llevo el pelo ni de que mi piano está muerto de frío y pide caricias. No es que no pueda ser adulto. Es que estoy triste por algo que me pasó alguna vez y qué se yo qué fue. Me gustan algunos collages ígneos, y esa poesía de Paul Eluard, y el mito de la chica artie. Pero no creo en ellos, es decir, fue hace mucho tiempo…
A veces puedo cantar un poco de verdad, cantarle al silencio, casi arroparme con esos despojos. Ya no saldré, lo juro. Se acabó. Siento vergüenza de éste cuerpo, de ésta vidita llena de evidencia. De la obviedad: no soy el sueño de nadie.