sábado, 2 de febrero de 2013

Isis desvelada



Encontré algunos susurros que se habían perdido. Corría el viento. Sí, alguna vez corrió el viento. Era el sur un camino nocturno y todo lo demás se tapaba la boca para no cantar una sinfonía desolada. Fueguito de tacho, sabés. Como alma que lleva el diablo. Y ya no quise verlos nunca más, ni a mis hermanos ni a los otros. Me hice la idea de diluírme en el frío para siempre. Sobornar a mi cuerpo. Volver al polvo y que todos mis relojes sean de arena. A veces lo sé todo, a veces me dejo acariciar por cualquier destino triste. A veces alguien aparece y se encandila: soy una estrella, a veces.
La luna cabía en un charco. La noche. El pueblo y el barro. Dije la noche y casi se quiebra. Dije amor. Dije piedad. Hice escuela. Abril es mañana, hijo del ayuno. La luna es mi culpa. Hedionda y llorosa. El nombre de la luna. Dije el nombre de la luna. Esa blanca eternidad, sabés? Casi, casi se quiebra para tus ojos de estación. Antes estuve en el río, con los profetas. Algunos ungían a los niños, futuros directores de asilos de locos. Ahora estoy con vos, salgamos a la calle. Caminemos hasta el bar con los ojos en el empedrado. Sigamos quebrando la luna. Después pasemos los años recolectando pedacitos. Ellos, que brillan sobre el empedrado. Y vos, y yo, nuestras manos, las esquirlas. Sangremos un poco y después llevémoslas al bar, sí? Quince esquirlas de luna por una botella de anís. Y después tu habitación. Fumemos en silencio. El crepitar de tus ojos en la oscuridad, un curioso fuego azulino. Ese autismo de los ángeles, ese sexo de los ángeles, apenas esbozado. No deberíamos los dos aprender, juntos, a escribir cartas de amor a la nada?