miércoles, 23 de septiembre de 2009

Jugo de ceniza

Ayuno del fuego en mi estómago, miro un poco hacia afuera, a través mi ventana sucia, y todo se ve calmo y estúpido. Estúpidas calles, estúpido colectivo y mecanismo exacto, complejo, ingenioso, para que llegue a tiempo quien no va a ninguna parte. Es violento. Yo me quedo aquí para siempre. Bueno, los miércoles voy al psicoloco. Y vendrá un amigo alguna que otra tarde, e intentará podar las enredaderas. No mencionará nada acerca de lo sucio que llevo el pelo ni de que mi piano está muerto de frío y pide caricias. No es que no pueda ser adulto. Es que estoy triste por algo que me pasó alguna vez y qué se yo qué fue. Me gustan algunos collages ígneos, y esa poesía de Paul Eluard, y el mito de la chica artie. Pero no creo en ellos, es decir, fue hace mucho tiempo…
A veces puedo cantar un poco de verdad, cantarle al silencio, casi arroparme con esos despojos. Ya no saldré, lo juro. Se acabó. Siento vergüenza de éste cuerpo, de ésta vidita llena de evidencia. De la obviedad: no soy el sueño de nadie.